Te suena el despertador. Lo apagas, y te dices: “Cinco minutos más”. Te suena de nuevo. Te levantas, te aseas, desayunas. Miras el reloj: “ ¡Vaya! ¡Llego tarde! Sales corriendo de casa, sin acordarte de si has cogido las llaves o el paraguas por si llueve. Piensas en la reunión de las 10 con tu jefa de departamento y en recoger la ropa de la tintorería. Tendrías que haberla recogido ayer.
– “Vaya desastre soy”- piensas mientras te tomas un café a toda prisa. Te quemas la lengua. De repente notas un ligero dolor de cabeza. Es un dolor conocido, casi amigo que aparece cada día a las seis.
– “Me tomaré una pastilla y se me pasará” – te dices, y sigues corriendo, corriendo, corriendo,… sin parar.
Día tras día la rutina se repite. A mi también me pasaba. Día tras día, viví mi vida corriendo. Sin vivirla. Sin notarla. Sólo corría. Trabajar, cocinar, resolver problemas y vuelta a empezar.
¿Te suena? A mi mucho. Estábamos sufriendo estrés. En alto o bajo grado. Pero vivimos una vida llena de estrés. Estadísticamente, 9 de cada 10 personas han sufrido estrés en algún momento de su vida.
Recuerdo con claridad mi primer episodio grave: fue a los 26 años. Me acababan de nombrar jefa de estudios de mi colegio. Una gran oportunidad para mi. Recuerdo que, después de varios meses, no podía dormir, me dolía la cabeza. Me costaba dormir y parar. Cuando consulté con la psiquiatra, aparte de darme pastillas sólo supo aconsejarme que me cambiara de trabajo o que lo dejara. No lo hice. Seguí sufriendo.
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La verdad es que hay múltiples factores que te producen estrés. La variedad de estímulos que se te presentan en la vida tanto externos como internos son ilimitados. Además, a cada uno de nosotros nos afecta de manera diferente: unos no dormimos, otros nos refugiamos en la comida, fumando más,… ¿Cuál es tu caso? Piénsalo. Estoy convencida que hay algo en lo que te refugias para poder sobrellevarlo. Quizás, aún no seas ni consciente de que lo haces, pero así es.
Reconoce tus síntomas, es el primer paso.
Los síntomas aparecen no tanto en el cuerpo como en el estado de ánimo. Si sufres de mucho estrés como te expliqué antes que fue mi caso, acaban afectando a tu comportamiento, a tu humor.
Aprender a escuchar tu cuerpo es la primera clave. Analiza y observa cómo reacciona tu cuerpo cuando estás sufriendo esa angustia. Tu cuerpo es sabio y te está gritando que le ayudes. Tu dolor de cabeza, la falta de sueño, esa fatiga constante suelen tus síntomas físicos. La falta de motivación o la apatía, el sentir que todo te cuesta un mundo, se relacionan con tu estado de ánimo. Si has notado alguno de estos síntomas, es el momento de tomar las riendas de la situación.