Vivo con una persona que le tiene miedo a todo: miedo a las alturas, miedo al cambio, miedo al futuro, miedo a ser feliz, miedo a que suba la luz, a que se rompa el coche. Esa persona raciona las muestras de afecto hasta llegar incluso a racionar los gestos de la cara: se ríe a medias, llora a medias. Es tan fuerte ese miedo, que imposibilita el avance hacia el lado bueno de la vida.
Tengo la gran suerte de considerar que esa persona me hace de espejo. Me enseña dónde estuve yo tiempo atrás.
Cuando el miedo se instala en tu cuerpo, los músculos se agarrotan: Te dan calambres, tirones. Te duele la espalda. Notas el cuerpo rígido. Físicamente, te afecta.
Cuando el miedo se instala en tu mente, sientes una alta necesidad de control hacia todos los aspectos de tu vida. Dedicas tu energía a planificar los años, meses, semanas, horas, minutos y segundos de tu vida, deseando sentir una cierta seguridad. Llenas la agenda de mil “tengo que,…”. Al estar ocupada, no sientes la necesidad de pararte a pensar esa es tu vida soñada. Quizás jamás hayas pensado en ello.
Uno de los mayores temores es conocerse. Sentarse a escuchar cómo te sientes, cómo estás, por qué has reaccionado de esa manera ante una situación. Dedicamos escasos minutos al día a reconocer cómo somos.
La mayoría de las veces se nos olvida que el miedo es sólo una emoción entre las muchas emociones que podemos sentir.
Todo a nuestro alrededor parece que nos conduce a una vida llena de miedos. Miedo a comprometerse, miedo a volar, miedo a vivir, miedo a tener hijos, miedo a actuar, miedo a ser, miedo a amar, miedo a,…. miedo a todo.
Te voy a contar un cuento:
“Erase una vez, un hombre que tenía dos hijos. El mayor responsable y miedoso. El pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada. Decidió marcharse de casa para poder conocer qué era el miedo. Lo buscó en un castillo encantado, lleno de fantasmas, brujas y dragones. Pero nada de eso le asustó. Encontró el miedo un día que la princesa derramó sobre él agua mientras dormía. Y colorín, colorado, cuento acabado. “
El miedo te impide tomar acción sobre lo que importa, impide tomar responsabilidad.
Uno de los mejores aprendizajes que estoy realizando es aprender a soltar y confiar. Dejar ir lo que no sirve. Abandonar sentimientos que no me ayudan a avanzar. Soltar para no llenar. Soltar actividades que no me satisfacen, que no me apetecen, que no me gustan. Tomar la decisión de dejar de “hacer” que sólo me lleva a sentirme más insatisfecha. Al soltar, consigo tener espacio para nuevas vivencias.
Soltar los sentimientos que no me producen aprendizaje me permite aprender a recibir.
Pero, ¿Cómo identifico qué debo soltar? He aquí mis tips para limpiar tu armario y dejarlo nuevo para nuevas vivencias:
- Deja ir aquello que te robe la energía: ya sea amigos, familiares, actividades. Quizás debas seguir viendo a tu cuñado cada viernes en la cena que organiza tu madre, pero, si no tienes más remedio que seguir sufriendolo, investiga por qué te irrita tanto. Una vez identificado el estímulo de tu incomodidad, déjalo ir.
- Deja ir las dudas sobre tí: Solo por el hecho de existir, ya eres una persona completa, válida, maravillosa. Seguramente, eres tu peor juez.
- Deja ir la necesidad de ser perfecta: la perfección no existe ni es necesaria.
- Deja ir los deseos que ya no te interesan: Reflexiona. ¿Realmente tengo los mismos deseos que hace tres años?¿Qué hace dos años? ¿Qué el mes pasado? Tienes todo el derecho a cambiar de opinión. Una vez, hace tiempo, deseé vivir en Nueva York. Ahora, he cambiado de opinión. Me gusta mi isla.
- Deja ir situaciones del pasado. El pasado, pasado es. Suelta, arrepientete de lo que hiciste, o no. Si viviste una situación hace cinco años, ya no debería porque afectar en tu presente.
- Deja ir adicciones: Tabaco, alcohol, otras sustancias. No las necesitas. La vida es perfecta tal y como es.
- Deja ir antiguas heridas: no tiene sentido seguir sintiendo rabia por algo que sucedió, pena, dolor, angustia,…
Los mejores consejos para aprender a soltar:
- Aprende a reconocer tus sentimientos: Reconocer los sentimientos que estás viviendo, te da una primera visión de la situación. Exprésate. Si sientes rabia, amargura, frustración y eres capaz de ponerle nombre a la emoción que no te deja soltar, ya has iniciado el camino.
- Evita repetir la acción que quieres soltar: si estás intentando soltar a una amiga que ya no te aporta, intenta no quedar en exceso con ella.
- Mantén una actitud positiva y creativa: busca nuevas actividades que te den energía. Distraete con nuevas lecturas, nuevos sitios de ocio, nuevas aficiones, que te ocupen el espacio que antes llenabas con las antiguas actividades que ya no te satisfacen.
- Acepta y asume que el cambio forma parte de la vida. Pasamos por etapas vitales, y cada una de ellas te aporta nuevos aprendizajes y retos maravillosos a descubrir.
- Rodéate de personas, situaciones, momentos que sumen. No te conformes con las sobras, con mediocridades. No te conformes con parejas que no te llenan, con trabajos que no te aportan. Siempre hay nuevos caminos a descubrir.
- La zona de confort no es el paraíso. Si no sales de ella, ¿cómo podrás descubrir las bellezas que hay fuera? ¿Te quedarías siempre viendo el mismo cuadro o deseas descubrir otros igual de hermosos?
- Deja de juzgarte: Siempre, siempre, siempre actúas de la mejor manera que sabías en el momento que estabas viviendo. Tal como pasó, fue perfecto.
- Y por supuesto, iníciate en el Mindfulness.
Soltar no es fácil, pero vivir con las manos llenas de situaciones que no te aportan es aún más difícil.
Y ya sabes, si no sabes cómo vivir sin miedo, haz como Juan. Sal a descubrir los tuyos. Si me necesitas, sílbame y ya voy.