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Publicado en: Mindfulness

Mirada de niño, mirada Mindfulness

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La primera vez que me vi reflexionando sobre la plena presencia, fue durante mi curso de formación como Profesora de Mindfulness, en Oxford. 

En ese viaje, mi hijo y yo estábamos jugando en un parque. Desde siempre me ha encantado verle y oirle jugar. Cuando íbamos a los columpios, me quedaba fascinada viendo las ganas y la energía que le ponía a los juegos. 

En un momento dado, al oír las risas de una niña mientras se deslizaba por el tobogán, me escuché pensando: “¿En qué momento perdí la capacidad de disfrutar de esa manera?” 

Un flash vino a mi mente. La madre de una amiga, me dijo cuando yo tenía unos 8 o 9 años que yo era muy seria y responsable. Lo tomé por aquél entonces como un gran elogio. Hoy me pregunto si no sería el inicio de una característica de mi personalidad que me llevó a relacionar que la seriedad estaba reñida con la alegría, con el disfrutar, con el amar el presente. No me recuerdo a mi misma en excesivas ocasiones riendo a carcajadas. 

La cuestión es, ¿en qué momento dejamos de ver la vida como niños? ¿Cuándo se pierde la inocencia?¿Cuándo transformamos esa ilusión y esa cara de asombro por la pasividad, el aburrimiento o la excesiva responsabilidad? 

La vida es un gran regalo que hemos recibido. Se suele escuchar en demasiadas ocasiones que la vida es dura, difícil, complicada. “La vida es así”, “Vaya mierda de vida”. “Qué asco de vida” “Paren el mundo que yo me bajo”. 

Este tipo de expresiones se van calando en el inconsciente. Se mantienen y extraen sus raíces sin que realicemos ninguna acción para detenerlas. En pocas ocasiones reflexionamos si son ciertas o son sólo una apreciación momentánea de alguien que tuvo un mal día. 

Desde mi despertar dentro del Mindfulness, ya no deseo a mi hijo “que tenga un buen día”. Le deseo que disfrute de los momentos del día. Cuando me cuenta que  ha pasado un mal día, porque se peleó con su amigo, o porque llovió y no pudo hacer su extraescolar favorita, le suelo hacer reflexionar sobre si un solo hecho tiene el poder de transformar un día en malo. Si eso es así, ¿dónde se quedan los mil maravillosos momentos que vivió? ¿Desaparecen? ¿No tienen validez? 

En numerosas ocasiones, le hago reflexionar sobre sus agradecimientos. Yo misma, ante momentos de estrés o situaciones desagradables me obligo a buscar un segundo  que me agradó, inspiró, emocionó o simplemente que viví sin apego, para recordarme que un día puede acoger  múltiples emociones. Los diarios de gratitud favorecen que instauremos creencias positivas en nuestra mente en lugar de centrarnos en sentimientos negativos vividos.

Miarada de ninos

Reflexionando, reflexionando, me doy cuenta que, paso a paso, desarrollo en mi día a día, una de las  siete actitudes básicas para la práctica del Mindfulness: 

Mente de principiante:  Es una de las actitudes que más me ha enamorado, ha sido reencontrarme con la emoción de volver a mirar a mi entorno con una mirada de niño, fascinada por el vuelo de los pájaros, el sonido del agua correr, una nube que se mueve. Volver a mirar, sin expectativas, a mis compañeros de trabajo, a mi casa. Sin tener en cuenta su pasado, nuestra historia juntos. Redescubrir lugares de mi ciudad que recorrí mil veces. Respirar, como si fuera la primera vez que lo hago. 

El hecho de redescubrir nuevas maneras de relacionarme con mi entorno, desde la calma y la paz, me ofrecen la oportunidad de no juzgar lo que sucede, de no otorgarle un juicio de valor. 

Llueve. Sí. Llueve, es un hecho. Pero eso no transforma el día en horrible o feo, en precioso o triste. Simplemente, relato un hecho. No lo juzgo. Puedo volver a aproximarme al hecho, a la lluvia, con curiosidad, con mirada de niño, con mirada de principiante. Volviendo a notar todos los detalles. Aceptando la situación, aceptando lo que ocurre. Hace sol. Sí. Hace sol, es un hecho. Abandono mi necesidad de luchar para cambiar la situación en función de mis expectativas. 

Abandono la necesidad de inventar conversaciones con los demás, esperando que sucedan como yo espero. Simplemente, acepto cómo suceden, porque no tengo expectativas de cómo debería ser esa conversación.

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Abandono la necesidad de recordar una y mil veces una situación vivida. En mi mente, a medida que van pasando los años, recuerdo sólo una parte de la experiencia. Seguro que si dos personas se juntaran a explicar cómo recuerdan el día que se inauguraron los Juegos Olímpicos de Barcelona, lo recordarían de manera diferente. Aunque hubieran vivido el momento juntas. Ver la vida con curiosidad y mente de principiante nos aleja de recordar el pasado, un pasado que seguramente no se corresponde con la realidad que sucedió. 

La mirada de principiante me invita a ver todas las perspectivas de la situación. Desconozco los peligros, las limitaciones. Puedo dejarme llevar. Un experto ya ha realizado un análisis de posibles daños, riesgos, peligros y limitaciones que, sin desearlo van a influir en mi postura. Dos amigas decidieron hacer puenting. Una de ellas, investigó la altura del puente, el número de personas que lo habían realizado con anterioridad, los videos de internet, las posibles consecuencias,…. La otra, simplemente fue y saltó. Seguramente, la segunda lo disfrutó. Quizás un poco más que la primera. Para su próximo salto, la experiencia será completamente diferente. De esta manera, podrán recuperar la emoción si lo viven como si fuera la primera. 

En una ocasión, me invitaron a ir en barco. Mi sensación era de estar maravillada, disfrutando del aire en la zodiac, el viento en la cara, navegando a una cala sin acceso por tierra. Maravillada. En ese momento, el capitán dijo: “ Bueno, otro día más de barco”. Creo que dejó de ver ese momento con mirada de niño. 

Como adultos conscientes, es necesario que recuperemos la capacidad de presencia de los niños al bajar por el tobogán. Lo disfrutan desde el momento que ponen el pie en el primer peldaño. 

Como adultos conscientes, mirar cada momento como una oportunidad nos permite ganar en confianza y aceptación. 

Y ya sabes, si no sabes dónde encontrar ese punto de emoción en tu vida, sílbame y ya voy

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Paulina Lopez

Paulina López

“La pequeña que tiene grandeza”.
Eso significa mi nombre y así soy yo. Nací la pequeña de una gran familia y desde siempre he sentido que tenía que hacerme un hueco y buscar mi sitio en ella. La grandeza me llegó a los 40 años, cuando mi vida cambió de manera radical.

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